Siempre me ha encantado la virtud de la sencillez. Tiene esta virtud un atractivo similar al estilo de ser, mirar, hablar y pedir de los niños, a quienes Jesús propone como ejemplo para entrar en el Reino de los cielos. No faltan Escrituristas que aplican a los sencillos la bienaventuranza: “Dichosos los limpios de corazón porque ellos verán a Dios”.
La sencillez, pureza de corazón, que caracteriza el espíritu de Jesús, enviado del Padre, es condición indispensable para entrar en el Reino de los cielos y ver a Dios, como un niño contempla el rostro de su madre.
Para que sean otro Cristo, ofrezco a los lectores mi mejor regalo: el revestimiento del espíritu evangélico de sencillez.